Terror, desesperación, tragedia, agua en la
boca para los medios hegemónicos. O una comunidad de más de 300.000 personas
unidas por una religión, que no sabe de estereotipos ni de diferencias
sociales.
Son las 5 de la mañana y el despertador emite
ese cotidiano sonido que nos aborrece todas las mañanas. Pero esta vez no, esta
vez es distinto. De hecho, esperábamos ese sonido. Es posible que ni siquiera
sea necesario porque la mayoría ni podía dormir o ya estaba repleto de la
algarabía con la que se espera un día así. Todos a los botes y comienza la
peregrinación, rumbo a esa misa de desangelados que no conoce la palabra
represión ni distinción. Que si estoy en una ciudad cercana, tardaré más o
menos una hora; que si vengo de una provincia vecina, en 4 o 5 horitas estaré.
Todos esos habituales cálculos quedan obsoletos al momento de emprender el
viaje hacia Olavarría. Las conjeturas de espacio y tiempo pierden su sentido y
miles de personas se aventuran en un camino repleto de almas en busca del mismo
destino. Que en el micro hace calor, que ya no quiero estar más sentado. Esas
cosas tampoco existen. El viaje se disfruta como pocos, la birra y el fernet
pasan de mano en mano, los cánticos hacen tambalear el vehículo y desglosan una
por una las típicas letras ricoteras. Las historias de vida se relatan tanto a tu compañero de siempre,
como con los pibes del tercer asiento a la izquierda, que jurás nunca haber
visto desde que tenés memoria; pero, por esas cosas que genera la misa, hoy es
una hermana o un hermano más.
Nada es de nadie y todo es de todos. Por este
día, desaparecen por completo todos los estándares que tanto les cuesta
construir a los que buscan disciplinar un pueblo. Por este día no importan
religiones, sexos, fanatismos políticos o de equipos de fútbol, por este día
quedan de lado las enormes desigualdades sociales y las clases. Por este día, y
sólo por este día, nos olvidamos de cuánto nos cuesta llegar a fin de mes. Nos
olvidamos de los gobernantes que pisotean nuestros derechos y nuestras
necesidades, mientras se enriquecen a costo del trabajo de los obreros y de
los negocios turbios entre la propia oligarquía. Y no es que eso queda de lado,
sino que es una reivindicación de una masa que se une por una misma causa.
Olavarría ya está en nosotros y desembarcamos
con poco más que lo necesario para conseguir comida y bebida. El fuego se
enciende por doquier y la gente rodea las parrillas que exhiben tapas de asado,
vacío, pollo o “lo que se encontró”. Si se te pierde un amigo, vas a tener otro
al lado. Si tenés hambre, va a haber alguien que te tire un pedazo de carne. Si
no tenés celular o te falta crédito/batería, va a haber alguien para prestarte
un mensaje o una llamada. El egoísmo de la sociedad rutinaria desaparece por un
rato. Esta vez, la Policía que tanto disfruta de hacer uso y abuso de su
autoridad, no puede hacer absolutamente nada. Sabe que ante esa cantidad de
gente es imposible. Sabe que la fuerza de las masas unidas en comunión es más
poderosa que cualquier grupito de uniformes y escudos. La caravana se congregó
desde todos los puntos del país –y sus alrededores- y no hay nada ni nadie que
pueda detenerla. Walter envía su luz desde donde esté y en toda la Argentina, finalmente, comienza el carnaval.
La caminata es eterna, pero ese “no sé qué”
que hay en el aire hace que disfrutes cada paso con más ganas y que, por más
que te pierdas, siempre te encuentres. La lluvia cumple su papel emotivo y le
aplica aún un poco más de mística a la templada tarde de la ciudad bonaerense,
para despejar rato antes y así dejar disfrutar del predio, no sin antes
regalarnos una cuota importante de barro que nos acompañaría de pies a cabeza,
hasta la vuelta a casa. Cientos de grupos ya se encuentran en “La Colmena”, que
en honor a su nombre agrupaban enormes colonias sentados en ronda, apoderados
por la ansiedad de ver salir a ese pelado de mameluco que se convertía en la
abeja reina.
Luego de horas y horas de previa, el momento
estelar por fin llega. De manera inmejorable, Carlos Alberto Solari y Los
Fundamentalistas del Aire Acondicionado hacen su presentación versión 2017 entonando
el tema que -por los individuos que malintencionadamente quieren transgredir,
como en cualquier civilización- no había podido sonar en Tandil, el año pasado;
con toda la historia que acarrea “Barbaazul versus el amor letal”, al ser la
primer canción del primer álbum de Patricio Rey y sus Rendonditos de Ricota,
allá por 1985. Con su ya conocido sentido de empatía social, que tanto hace
sentir identificados a sus seguidores, el Indio hace una pausa para pedir por
los presos políticos y porque no bajen la edad de imputabilidad para los pibes,
que poco tienen que ver con la delincuencia. Tal vez, y no sé por qué utilizo
este adverbio, parte de lo que tuvo que ver con lo que después sucedió; ya que,
como él anteriormente advirtió, había que “cuidarse de gente de mierda poderosa
que se regodearía si alguien sale lastimado".
De repente, pasa "Ropa Sucia", el show se para y la cara de fastidio del mítico
cantante expresa lo que posteriormente diría con sus palabras: “La gente de Defensa Civil ¿dónde está? Hay gente
tirada en el suelo. Si siguen empujando así no vamos a terminar el recital. ¡Paren un
cachito! Están pisando a gente que está borracha”. La impotencia se desparrama
por todo el predio y las cientos de miles de personas que fueron a ver a su
ídolo, de la nada se encuentran a la expectativa de que algo puede salir muy
mal. El show sigue por un tiempo, pero los disturbios se vuelven a hacer presentes y el Indio vuelve a pedir
exaltados “cuidémonos entre nosotros”. Ahora sí, el repertorio musical sigue su
rumbo, plagado de temas que provocan desde saltos entre sonrisas y abrazos con
con personas que veías por primera y última vez, hasta lágrimas derramadas en
nombre de la nostalgia.
¿El cierre? Indescriptible. Mientras se
esperaba el clásico "Ji-Ji-Ji" para
cerrar una nueva misa, como se hizo siempre, el Indio dio un plus y enganchó Mi Perro Dinamita, para detonar cada
latido de los 300 mil corazones que despegaban sus pies de la tierra
olavarriense una y otra vez, no sólo siendo testigo si no que perteneciendo al
pogo más grande del mundo. Posiblemente los medios de comunicación se encarguen
de que este evento único, y lamentablemente irrepetible, quede en la historia
por la mancha negra que bañó de muerte algún sector del lugar, y que sin dudas
entristeció a cada seguidor de la banda. Muchos intentarán culpabilizar a los
músicos, como ya están acostumbrados a hacer para lavar sus manos, otros
simplemente los inundará el temor de lo que puede pasar en un espectáculo
similar. Está a la vista el regodeo de los medios con la morbosidad, la
desinformación y el oportunismo berreta para hablar de los hechos. Que los oscuros
intereses políticos e ideológicos disfruten su momento de gracia defenestrando
un hito de la cultura popular, o mejor dicho, de la contracultura. Lo que nunca
se olvidará, es que esas almas que partieron hacia otro lugar, pasaron a formar
parte de la eternidad en el evento particular más convocante de todos los
tiempos del rock universal y, muy posiblemente, el último del astro del rock argentino.
Que se hagan responsables los que deben hacerlo y que paguen quienes deban
pagar. Pero la ricota… la ricota no se mancha.
Texto de Joaquin Chomicki