Cordobazo
Revista La García. Año 3. N° 42. Agosto de 2001.
Texto y producción: Humphrey Inzillo y Martín Correa (Enviados especiales a Córdoba)
Fotos: Pepé Cáseres
Editorial: Es hora de una reflexión
Seriamente, es hora que varios se dejen de joder con “la violencia ricotera” y empiecen a darse cuenta que cada show de Los Redondos es un negocio que genera mucha (pero mucha) guita para muchos. Y eso no es poco en un momento de recesión donde nadie gasta un mango. Hagamos un pequeño cálculo. Para los shows de Córdoba se movilizaron, por lo bajo, veinte mil personas que sacaron su entrada, pagaron un pasaje en micro, se comieron un choripán, se tomaron un vinito y pasaron la noche en un hotel. Pasearon por la ciudad, se sacaron fotos y tuvieron un poquito de alegría en el medio de una depre que no se banca más. No hubo ningún bardo, y por fin podemos celebrar un buen operativo que, en líneas generales, se dedicó a prevenir y no a provocar. Como debe ser. Es cierto que hubo un hecho lamentable: la muerte de Jorge Daniel Felippi, un santafesino que tenía 31 años, que mientas se balanceaba sentado en una baranda a seis metros de altura, cayó desde un puente que comunicaba la entrada con las tribunas populares del estadio. Es un garrón, es verdad. Pero fue un hecho totalmente aislado, ajeno a la organización del recital y a los espectadores. Entonces, basta de polémicas sobre si está bien o mal que toquen Los Redondos, sea en River o en Calamuchita, basta de intendentes como Eseverri, el de Olavarría, que es bastante más de un careta. Y basta de farsas. Ya lo deijo el poeta y vale la pena repertirlo aunque parezca una frase hecha: violencia es mentir.
DESDE EL ALMA
Por unas horas, la tierra del cuarteto se transformó en capital ricotera. Más de 40.000 redonditos de distintos puntos del país y hasta del exterior coparon la Docta, disfrutaron de la presentación oficial de Momo sampler en la Argentina y gozaron con los clásicos de siempre, en una velada inolvidable.
PATRICIO REY Y SUS REDONDITOS DE RICOTA
Lugar: Estadio Chateau Carreras, ciudad de Córdoba.
Fecha: 4 de Agosto de 2001
Espectadores: 40.303 personas.
Músicos: Indio Solari (voz), Skay Beilinson (guitarra y coros), Semilla Bucciarelli (bajo), Walter Sidotti (batería), Sergio Dawi (saxo, teclados), Hernán Aramberri (batería y samplers).
Lugar: Estadio Chateau Carreras, ciudad de Córdoba.
Fecha: 4 de Agosto de 2001
Espectadores: 40.303 personas.
Músicos: Indio Solari (voz), Skay Beilinson (guitarra y coros), Semilla Bucciarelli (bajo), Walter Sidotti (batería), Sergio Dawi (saxo, teclados), Hernán Aramberri (batería y samplers).
El show de Los Redondos en Córdoba empezó mucho antes del sábado 4 de agosto. Hace semanas, los diarios hablaban de lo que se venía. Hacían futurología. La mitad más una de las palabras que se usaban mencionaba la violencia o el miedo en distintas formas. De música, poco y nada. Sí las típicas frases hechas y lugares comunes que aparecen cuando se intenta intelectualizar el “fenómeno Patricio Rey”. Los ricoteros, que por suerte casi no leen esa crónicas ciegas, se fueron acercando lentamente al lugar elegido para la misa. Los alrededores del Estadio Córdoba, en el barrio Chateau Carreras, se poblaron de pibes y minitas durante toda la semana. Muchos de ellos armaron sus carpas en el Camping Municipal cercano a la cancha. Mientras, los operadores turísticos locales expresaban su sorpresa porque les llegaban pedidos de alojamiento desde Brasil, Uruguay y Chile. Los hoteles tenían sus reservas casi completas. Los servicios de transporte, los restaurantes y los kioscos también se preparaban para un fin de semana que les salvaría el mes. Como Buenos Aires, Córdoba capital vivía una semana cálida, de cielo claro. Un veranito en pleno invierno. Ideal para una fiesta.
Retiro espiritual
El viernes por la noche, la estación de ómnibus de Retiro, en Buenos Aires, lucía distinta. Banderas, remeras, gorros, vinchas y mochilas decoradas con los dibujos de Rocambole decoraban un lugar que no suele ser muy agradable. Por supuesto, había más policía que de costumbre. A medida que los micros a Córdoba empezaban a salir, las bandas iban cantando de a una todas las canciones tribuneras que homenajean a Los Redondos. Varios de los ómnibus llevaban en sus parabrisas cartelitos con la palabra “refuerzo”. Otros que se hicieron el mes, sobre todo los que aprovecharon la volada para aumentar los precios de los pasajes. Claro, saben que los ricoteros van igual. La ruta 9 fue testigo durante toda la noche de una caravana nunca vista. Cientos de autos, camionetas, combis, buses y fanáticos haciendo dedo desfilaban bajo la luna llena. Se acercaba la presentación de Momo sampler en la Argentina. Nadie podía faltar.
Sábado circular
Los noticieros radiales de las seis de la mañana del sábado ya tenían sus sabrosos títulos policiales. “Diez ricoteros- decía el cable- robaron a las cuatro de la mañana la proveeduría del Camping Municipal, y fueron detenidos”. Eso le dio vía libre a la policía para dar vuelta las carpas de los pibes que no tenían nada que ver: el 99 por ciento. La división Drogas Peligrosas ya había estado hurgando entre las pertenencias de muchos. Varios ya caían en cana y se perdían la fiesta.
Los hoteles del centro empezaban a hacerse su festín. Algunos, como el impresentable Claridge, aprovechaban y tomaban a los ricoteros desamparados por un precio más alto del que le habían prometido a quienes habían hecho sus reservas desde Capital Federal. Así, los que llegaban allí tranquilos porque ya habían resuelto desde sus casas la cuestión alojamiento, se encontraban con una sorpresa de mal gusto y tenían que salir a vagar en busca de un lugar seguramente más caro de lo planeado. Bien argentino. La plaza San Martín, la de la Catedral, amaneció con sus bancos ocupados por los viajantes. Las guerras de canciones entre las bandas de distintos barrios se mezclaban con los intentos por superarlos en volumen de un cantor callejero, que en lugar de ganarse a sus competidores entonando algún rocanrol, arremetió con somníferas versiones de temas de Víctor Heredia, del cubano Silvio Rodríguez y de Piero. Lo cierto es que el tipo no se dio por vencido, y siguió con su tortura hasta pasado el mediodía, cuando los fieles redondos ya se aprestaban a conseguir un bondi que los depositara en el Chateau. La línea 31 es la que llega al estadio donde juegan de local Talleres y a veces Belgrano, pero un montón de gente sacó sus combis y micros para trasladar al público. La cancha no queda cerca del centro, algo así como a 12 kilómetros, y en los veinte minutos que duraba el trayecto, podía comprobarse que la ciudad seguía con sus costumbres a pesar de la invasión. Está claro que Córdoba es cuartetera al mango. Los estéreos de tacheros y colectiveros, los parlantes de los negocios y las casas, escupían hits de La Mona Jiménez, Rodrigo, el Turco Oliva y otros que les siguen los pasos en el cuartet-business local. Mal que les pese a los miles de rockers cordobeses, viven en la tierra del cuarteto. Tampoco está mal que el lugar en el que uno habita tenga identidad propia. Estos músicos son muy populares, entonces hay que darles crédito. Despreciarlos sería desconocer fenómenos como el de Los Redondos. Por algo hacen vibrar y bailar a las masas.
La previa
A las tres de la tarde, los alrededores del Chateau Carreras (el nuevo Templo), vivían un raro clima de paz. Raro porque se hablaba de que iba a haber provocadores, y de que el ánimo de la mayoría de la población ajustada por los cordobeses Fernando De la Rúa y Domingo Caballo con perdón de las palabras- era un caldo de cultivo perfecto para que se pudriera todo. Nada más lejano. Las plazoletas servían de refugio a todos los que no querían ingresar a la cancha tan temprano. Se tomaban algún vinito, se comían algún chori, se fumaban algún fasito. Cuando aparecía algún periodista, primero pedían que les sacaran fotos, y después, reclamaban que se contara la verdad sobre el público de Los Redondos. “¿Ustedes son de Crónica o TN?”, apuraban. “De La García”, contestábamos. “¡Ah, aguante!”, nos alentaban. Cerca de un puesto de choripanes ambulante de los Veteranos de la guerra de Malvinas, una parejita se dormía una siesta reparadora. Otros, hacían cola en los baños químicos que la organización había dispuesto en el lugar. Nadie tenía apuro. La yuta se había agrupado en los accesos del estadio. No andaba molestando. A esa hora ya habían entrado unas 6.000 personas, entre ellas nosotros.
Cerca de las cuatro y media, el césped se empezó a cubrir. Las plateas se vestían de banderas de todos los rincones argentinos, y llegaron los primeros cantitos unánimes: “Que salga el Indio, todo el año es carnaval”, “El que no salta es un inglés” y el clásico y nacionalista hasta lo insólito “¡Argentina, Argentina!”. Una hora más tarde, con 25.000 ricoteros adentro, se armaba un picadito con una pelota que apareció quién sabe cómo. Y los que no la conseguían jugueteaban con forros inflados que habían repartido en la puerta junto a unos folletos de información sobre drogas y sida que se destacaron por su realismo. Por fin alguien piensa y actúa con el mismo lenguaje de los pibes (ver recuadro). También fueron momentos de cierta confusión, porque- debido a algunas escaramuzas- se repitieron varias corridas en el campo. Pero nada pasó a mayores. En el centro de la platea alta se ubicaba una banda con sus bombos y redoblantes, que arrancó su repertorio con la base del superclásico “Teque teque, toca toca, esta hinchada está re loca, somos todos redonditos, redonditos de ricota”. El sol, detrás de unas nubes densas y bajas, iniciaba su descenso. La luna se arreglaba para el show.
El show
Quince minutos antes de las siete se encendieron las primeras bengalas, que contagiaron a los más de 40.000 redonditos unidos en el primer gran estruendo de la jornada. Todos cantaron Es un sentimiento durante varios minutos, hasta que se apagaron las luces y Los Redondos, que habían llegado un rato antes desde su barricada en Carlos Paz, salieron al escenario a las siete y cinco, después de una introducción de música y video, una especie de marcha entre rusa e infantil, con la voz del Indio dándole un tinte misterioso y atractivo. El show arrancó con una sorpresa: el primer tema de la tarde noche fue Unos pocos peligros sensatos. La banda había anunciado que habría cambios respecto del recital de Montevideo, y se comprobó desde el mismo inicio que iban a cumplir su promesa. El estadio entero saltó descontrolado con el viejo tema de Gulp! “Hola Córdoba”, gritó Solari, y le dio paso a El pibe de los astilleros antes de que pudiéramos respirar. El final de la canción fue a pura arenga por parte del Indio: esos gritos indescifrables bien marca registrada, en los que a veces se distingue un “nene”, un “nena”, con voz finita. La tercera fue, igual que en Uruguay, la primera de Momo sampler: Morta punto com. Las dos pantallas ubicadas a los costados del escenario mostraban imágenes animadas por Rocambole, que por lo tétricas recordaban a Perramus (del maestro Breccia), y las luces relampagueaban sobre los músicos. El final fue con aplausos desde todas las esquinas. Para que nadie se enfriara, metieron la que abre Finisterre: Las increíbles andanzas del Capitán Buscapina en Cybersiberia. Cuando terminó, el Indio- vestido de negro y con sus lentes oscuros de ceremonia- agradeció al doctor que, “decadrón mediante”, permitió que pudiera cantar. “Aguante la medicina , loco”, gritó un liso de Varela en la platea baja, mientras le apuntaba con un petardo a uno de seguridad que estaba en el campo. No le dio.
Para bajar un poco, la primera para chapar fue Una piba con la remera de Greenpeace… que sonó como más lenta que en el disco. Los encendedores iluminaron todo. Había que seguir presentando Momo sampler, así que llegó Pool Averna y Papuza, con el gran Skay regalando sus hermosos riffs y sus punteos, con los efectos disparados por Aramberri y el saxo sonando bárbaro gracias a Sergio Dawi. La gente coreó a toda voz el sonido de la guitarra que hace las veces de estribillo. ¡Temazo! El Indio habló otra vez: “¿Cómo los ha tratado la hospitalidad cordobesa?”, preguntó. En seguida, la batería de Walter Sidotti dio la señal de que empezaba Templo de Momo. El “además” del tema que abre el último álbum se escuchó hasta la casa del gobernador De la Sota, otro cordobés que quiere trepar a la Rosada. La octava fue Pensando como una acelga, que sobresalió también por los efectos sampleados, por las luces, la potencia y un final a toda orquesta. Rock 2001. La última del primer segmento fue Rato molhado, cantada más que en la capital uruguaya. Iban 45 minutos de fiesta. Faltaba bocha.
Sólo cinco minutos mas tarde, salieron otra vez. ¿Con qué abrieron la segunda parte? ¡Con Vamos las bandas! Todo el Chateau se prendió en los saltitos que impuso la banda desde arriba. Fiesta total. Cuando terminó el clásico de Un baión… el Indio puteó a un pelotudo que le revoleó una zapatilla que le pegó en la cabeza. Re caliente, lo invitó a tirarle cosas afuera. Como descarga, dio la orden de empezar los acordes de un rocanrolazo de otras épocas que hace añares no tocaban: Rock para los dientes. Para seguir en tema, previo aullido, fue el turno de Mi perro dinamita. Rindió como siempre. Pero había que terminar con la presentación oficial de Momo sampler en la Argentina. Por eso, la seguidilla empezó con Sheriff. ¡Cómo suena en vivo ese tema! El Indio, que seguía ofuscado, aprovechó el silencio posterior a la ovación y dijo: “¿Qué te crees? ¿Qué acá están tocando Los Violadores? ¡Me vas a embocar! ¿Por qué no me venís a tirar cosas al camerino, gil?”. Y para calmarse no tuvo mejor idea que gastar energía con otro tema bien fuerte, Murga Purga, de lo mejor de la noche como en el Estadio Centenario. La luna, que se había escondido tras las nubes, volvía a salir por encima de la banda. Bajo su luz, tocaron Dr Saturno y Murga de la Virgencita, la última de las nuevas, tal vez la preferida de todos. Por algo quedó para el final. Antes de despedirse por segunda vez de la mano de Queso ruso y una hora y media después del comienzo, Solari habló de nuevo y se disculpó “por el cambio de humor”. Perdonado, ¿qué duda cabe?
Los primeros bises fueron inolvidables: Ñam fri frufi fali fru, Nadie es perfecto, y, claro, Juguetes perdidos. Como siempre, pero esta vez más aún, la canción provocó la emoción de todos. Las pantallas mostraban al público en primer plano, las banderas flameantes y una remera roja con la cara del Che. Símbolos. Se fueron por un ratito y volvieron para cantar y tocar junto con la gente Es un sentimiento, y Preso en mi ciudad, que desde que la reflotaron en el Patinódromo de Mar del Plata, jamás faltó a la cita. Cuando todos pensaban que ya no habría sorpresas, tocaron Noticias de ayer, en una versión potentísima, a todo volumen, a todo grito. Otro pequeño intervalo, y otra con la gente: Desde el alma, un vals ya redondo, también cantado por el Indio. Pero el final ya estaba cerquita. Las luces se fueron encendiendo y los primeros machaques de Jijiji avisaron que había que gastar las últimas energías y dejar la voz en el aire de Córdoba. Volvió el pogo más grande del mundo. El Indio avisó, mientras se iba “esta murga se las pica”, y desapareció a la vez que Skay, Semilla, Sergio, Walter y Hernán tocaban el final del tema. Nadie se movía, y el grito fue “una más y no jodemos más”. La yapa fue Un ángel para tu soledad, cantada y bailada por los más de 40.000 presentes.
Hasta luego
Eran nada más que las nueve y media de la noche, y los redonditos empezaban a desagotar el estadio, de a poquito, en silencio, ordenados, completos. Los alrededores del Templo repetían la escena del mediodía: los micros volvían a ofrecerse, esta vez para el regreso y la mayoría elegía volver a pie hacia el centro, colarse en la parte de atrás de algún camión, hacer dedo, o buscar un toxi taxi. Los ricoteros se dispersaban por la capital cordobesa una vez más. Era la hora de otra cuenta regresiva hasta la próxima misa. Algunos dicen que será en Santa Fe, otros que habrá que esperar hasta noviembre para verlos en River. Sea donde sea, hacia allí saldrá la caravana más fiel de la Argentina. Es un orgullo ser parte de ella.
Grossómetro ricotero
Soledad en la platea: La grosso-folclórica Soledad Pastorutti fue una de las más grossas asistentes célebres al show del rey Patricio. Llegó una hora antes del show y se plantó en la platea baja. Parece que no pudo con su genio y se puso a revolear el poncho durante Vamos las bandas. Redondamente grossa.
Pablo Echarri llegando tarde: El grossísimo y fachero Pablo Echarri, que en su momento se curtía a Nati Oreiro, se sacó un pasaje a Córdoba para ver a Los Redó. El pobre fue uno de los tantos perjudicados por problemas climáticos en Aeroparque, y por esó llegó como una hora tarde a la misa. Ricotero grosso, si los hay.
El garrón
La fiesta había sido perfecta, no habíamos visto (ni sufrido) ningún bardo y, por fin, por fin, no íbamos a tener que soportar titulares alarmistas onda Crónica TV. Pero bastó con llegar al hotel para enterarnos de la muerte de Jorge Daniel Felippi (Jorge santafesino de 31 años, estaba sentado o apoyado en la baranda a seis metros de altura, por un descuido se resbaló y cayó al vacío, terminando en el piso del estacionamiento, luego lo llevaron al hospital de Urgencias local, donde una hora mas tarde falleció). Una verdadera cagada que no opacó la misa, pero que nos dejó un sabor amargo. Primero por lo estúpido de la muerte de un redondito, y segundo porque otra vez la muerte se metió en los titulares.
¡Extra! ¡Extra!
El diario cordobés La voz del interior venía haciendo una notable cobertura de la visita de Los Redondos a Córdoba. Hasta hicieron una entrevista en la que el Indio habla de Gran Hermano, entre otras cosas grossas. El día del show publicaron una guía para estar informado con una frutalísima supuesta lista de temas, de la que se agarró Clarín para hacer su crónica. ¡Se hubieran quedado al show muchachos! El domingo, los periodistas cordobeses se reivindicaron hablando sobre todo el show, y no como Crónica y Diario Popular, que se dedicaron a mostrar otra vez su amarillismo. Para saber la verdad lean “La García”, no sean caretas.
Bandas, trapos y retratos: Las Postales cordooobesas
En las inmediaciones del Chateau Carreras se oían dos gritos: ¡Vamos Los Redondos! y ¡Pepeeee, sacame una foto! Y el fotógrafo de La García cumplió, como siempre. Aquí la previa de un show mágico, redondo y de ricota, por supuesto.
FIN.
No les parece que a pesar del paso del tiempo, mas de una década, todo sigue igual? Las crónicas, el amarillismo, la gente, los riesgos, la yuta, los viajes, etc?
Las generaciones cambian, pero el sentimiento es el mismo.