BIENVENIDOS AL GHETTO
Ya no estás solo, estamos todos en este día y cada día. No venimos a enseñarte, solo a darte un lugar para que compartas este sentimiento. No somos nada mas que un grupo de amigos que disfrutan de una pasión sin límites y quieren contarla. Por suerte nunca ningún miembro de los Redondos ha confirmado alguno de los mitos que se generaron a su alrededor, lo que hace imposible afirmar lo escrito aquí. Disfruten del viaje, termina cuando ustedes quieran.
sábado, 17 de agosto de 2013
ZIPPO Y LA PIBA.
La calle es tan fría como la mirada de la sociedad, las cabezas vacías no se permiten pensar, y no aceptan que este ser divorciado de sus vicios camina para poderse alejar y así vaciar sus entrañas de esos síntomas que tanto llenan su corazón de penas. Sacudidos por los gemidos de una niña que ya no se deja ver en las sombras de un callejón oscuro, el caminante pispea y retrocede preocupado por la atención que se llevó a su oído hacia esa oscuridad. No llega a vislumbrar casi nada, solo un bosquejo de lo que solía ser una sonrisa y ahora recae en una lágrima que recorre una mejilla. Lo conmueve tanto que sus pies se atan al suelo, no le permiten seguir y la curiosidad lo empuja a abrazarla. Ella todavía tiembla sin parar, cubierta por retazos de una vieja remera de green peace, no emite más que gemidos asociados a la tristeza de una vida golpeada, de un pasado tormentoso, de un presente arruinado y de un futuro ausente. El pide explicaciones, ella atada por su espíritu que no le permite levantar la vista, se niega temblorosa a emitir nada más que sus, (cada vez más silenciosos) gemidos.
El mira al cielo y pide explicaciones que nunca quiso. Sus infiernos no mostraban demasiados detalles, más que un mix de miserias y autodestrucción. Su conciencia estaba tranquila, su aflicción le pertenecía y nadie más podía acusarlo de nada. Suspiraba y no entendía el porqué. Ella seguía allí, espantaba el frio asociándose a los menudos brazos del caminante, ya casi sin miedo se permitía mirarle de a ratos el aspecto indigente de su salvador y se sorprendía de que su alma pueda unirse a otra desangelada que decidía rescatarla.
Allí quedaron ambos. La gente sigue esquivándolos apurada y sin compasión de lo que pasa a su alrededor. Ella ya casi ni respira, sus gemidos se esfuman, solo de a ratos desata una pobre tos cansina. Su único pecado fue haber amado demasiado, sin importarle nada, sin pensar en nadie, solo necesitaba amor y lo encontraba en pequeñas dosis de sexo con extraños, eso la termino matando, sus descuidos al enamorar a extraños. El no repara en esos detalles, solo se siente feliz de poder abrazarla.
El también tuvo un pasado, viajo por la vida sin trabajo ni consuelo, hasta que las malas compañías lo llevaron a delinquir. Solo así hallaba la forma de conseguir sus vicios, su única pasión era el consumo y a un gusto tan caro, solo hay una forma de mantenerlo: robando.
Solo eran dos almas más, alejadas de todo, de la sociedad, del sistema, de las miradas.. Nunca supieron entender si fue su destino, si ellos lo eligieron o si fueron condenados a terminar así solo por ser diferentes.
Allí estaban, intercambiando miradas que calmaban sus dolores interminables. Ella transpiraba en esa helada noche y con sus últimas fuerzas, levanta su cabeza para mirarlo y preguntarle cómo se llamaba. Él se acerca un poco más y le susurra al oído: “Zippo, nadie me conoce pero soy Zippo...”. Ella le agradeció con su mirada brillosa, no dijo más y cerro sus ojos. Ya no hubo gemidos ni tos y dejó de respirar. Él la recostó suavemente en el suelo, la tapo con su campera llena de recuerdos y se alejó sin mirar hacia atrás.
Ese tipo tan duro, dejo un par de lágrimas esa noche, se las obsequió a la piba. Ella se sintió amada y no sólo por su cuerpo. Él se sintió bien. La gente seguía caminando sin mirar, sin importarle, sin preguntar. Ella se fue. Y Zippo suspiró tranquilo y siguió su viaje en la oscuridad.
Texto: Ricoteros de Alma.