BIENVENIDOS AL GHETTO

Ya no estás solo, estamos todos en este día y cada día. No venimos a enseñarte, solo a darte un lugar para que compartas este sentimiento. No somos nada mas que un grupo de amigos que disfrutan de una pasión sin límites y quieren contarla. Por suerte nunca ningún miembro de los Redondos ha confirmado alguno de los mitos que se generaron a su alrededor, lo que hace imposible afirmar lo escrito aquí. Disfruten del viaje, termina cuando ustedes quieran.


viernes, 5 de agosto de 2016

"La cuarta sonrisa"


A Robledo se lo ve pensativo, tal vez algo confundido. Está rememorando una conocida canción de Solari (su artista por excelencia) y se enfoca en las primeras palabras del tema  “Mi vida aquí no daba más me fui en un trip to Gringolandia” y Robledo piensa en él, en su historia y en la de cuántos más que la tuvieron jodida, así como el, o capaz peor.  
Vuelve 15 años atrás y se acuerda, no dejaba de ser un pibe lleno de ilusiones que abandonaba la facultad para empezar a ganar sus primeros mangos. Pero también se acuerda de su vieja unos meses después. Destrozada  diciéndole que sí, que aunque no quiera se tiene que ir. Que ellos ya se iban a acomodar pero que no se podía quedar.
Y se acuerda de él negándoselo con la cabeza y a ella agarrándole el mentón, mirándolo a los ojos y pronunciándole las palabras más tristes que un pibe de 24 años podía escuchar: ¿Acá qué podes esperar? Si el país se cae a pedazos.  Y Robledo lloraba y la abrazaba y seguía llorando, porque aunque sabía que se tenía que ir a la mierda no podía dejar de pensar en que este era su lugar.
Va hasta el bar y se pide un café, aunque lleva hora y media esperando, a Robledo también se lo ve contento, piensa y le agarra nostalgia, se acuerda de Estela la piba rubia con la que tuvo su primer encuentro amoroso en una pizzería de Palermo, esa noche su viejo le había prestado el golcito para que la pasara a buscar. Robledo Sonríe mientras endulza el café.   
También se acuerda de su bandita de amigos, de las tardes de domingo que iban a la cancha o de lo cantidad de recitales de los Redondos que tuvo la oportunidad de vivir. Está plagado de recuerdos, parece que los 15 años que vivió en Alemania no fueron capaces de borrar su identidad, de quien es y de donde viene.
Y eso que pasó cosas allá, por que consiguió un lindo laburo en una empresa, aprendió a hablar el idioma y hasta tuvo la oportuna suerte de conocer una piba española, con la que estuvo de novio un tiempo pero que después por cosas de la vida no funciono. 
Pero Robledo hoy evita esos recuerdos  y se sumerge en pensamientos más lejanos o tal vez hasta más cálidos, como los asados de Miércoles en épocas de facultad que eran un privilegio enorme para estudiantes argentinos de 2001, sin contar que sus dos días anteriores su única dieta alimenticia era papa hervida con un poco de sal, claro, para poder llegar económicamente al kilito de costillas. Robledo hace la segunda sonrisa mientras pide la cuenta al mozo alto y flaco que está al otro lado del barcito.
Sigue pensando en esa canción, parece como si el propio artista haya abocado a la memoria de Robledo para escribirla. Se acuerda de su viejo, de las veces que lo llevo a pescar al Rio de la Plata, y Robledo lo único que hacía era enganchar la línea y tironear hasta cortar todo lo que su viejo le había armado, y así una y mil veces, y una y mil veces su padre le armaba de nuevo toda la tramoya de hilo. Robledo esboza la tercera sonrisa del día.
Y vuelve a caer en la canción en la que no puede dejar de pensar, y evoca la última frase con la que Solari cierra su obra: “Leen el evangelio según Hitler, a la hora de almorzar, y yo allí, pensando en vos siempre, siempre extrañándote”. Y Robledo por enésima vez piensa en su país y quiere convencerse en que no tiene por qué extrañarlo, que ese lugar es el que le dio la espalda cuando más se dedicaba a soñar, el que de un día para el otro simplemente se esfumó y se llevó con él todas sus ilusiones. Y también recuerda a Estela, su único amor, a la que quiere odiar por decir que no a su propuesta de escaparse juntos. O tal vez si, Robledo le hace caso a Solari, y lo que más desea es volver al viejo sitio donde amo la vida. Robledo se toma el mentón, su cabeza no se detiene. Hasta que de una voz saturada por un parlante se oye la más bonita frase que podría haber escuchado jamás "Salida del vuelo Oceanic Airlines 815 con destino a Buenos Aires, señores pasajeros embarquen por la puerta A 42". Robledo se para, toma su valija y despliega su cuarta sonrisa.


  “La memoria es el único paraíso del que no nos pueden expulsar". Carlos Alberto “Indio Solari”, Gualeguaychu Abril 2014.

Texto de Pablo Garello.